Leo un texto del escritor Kiko Amat en el último número de la revista Jot Down y me encuentro con un salto semántico de manual. O sea, que parece que una expresión en masculino es general y que habla de la gente (eso que se llama masculino genérico), y luego resulta que no, que es un masculino machote, que sólo habla de los tíos. Este:
La gente ha puesto a caldo a Yuval Noah Harari por decir que la revolución agrícola fue el gran timo de la historia de la humanidad […]. Me pregunto quién debió ser el imbécil que decidió que estar encadenado a un secarral rezando para que brotara el primer nabo pocho era mejor que triscar por los bosques recolectando frambuesas y ensartando al ocasional pecarí rollizo. Y follando con doncellas (otro cantar es que esas doncellas pareciesen familia de Chewbacca). Kiko Amat, “Miedos en extinción”, Jot Down 11, junio de 2015, p. 39.
(En negrita, lo que parece general, y luego, donde se ve que de general nada). Vamos, que la agricultura era cosa exclusivamente de hombres (digan lo que digan los historiadores, quién lo va a saber mejor); heterosexuales, claro está. Las mujeres, como el pecarí, andaban por allí mayormente por el tema del ensartar. De la alusión a Chewbacca deduzco, además, que los hombres de la época no tenían tanto pelo como las mujeres, o que si lo tenían, en su caso no importaba.
Yo colecciono saltos semánticos por entretenimiento y tengo varias decenas de piezas extraordinarias. De señores muy variopintos, por cierto; los hay de todo el espectro ideológico, sin que falte el progre y el artístico. Precisamente recuerdo algunas perlas cultivadas aquí y allá por varios autores que salen en este número de la revista (Félix de Azúa, Arturo Pérez-Reverte, Javier Marías…).
Sobre el artículo en cuestión, el principio, donde el autor habla de la pobre educación sexual recibida en su infancia, podría explicar algunas cosas, pero no voy a hacer sangre. Es al fin y al cabo la que hemos recibido quienes tenemos su edad. Quien pueda que lea el texto y saque conclusiones.
El caso es que me asalta una duda. Un par de páginas más adelante Amat dice:
Me aterra mi confusa mente. Voy a sacarles la ecuación del infortunio, para que ustedes puedan conocerme mejor (y porque, siendo hombres como yo, es posible que les aquejen idénticos dolores).
Ay, demontre. A ver si va a ser que estoy leyendo un artículo para hombres, sea eso lo que quiera que sea. Miro la portada y, efectivamente, es Jot Down, cuánta testosterona concentrada. Una vez más. De 44 artículos, 5 o 6 son de autoría femenina. Claro, que dirá usted que es casi la misma proporción de sillas ocupadas por mujeres en la Real Academia de la Lengua (7 de 46). Será que en esos sitios pasa como con la poesía, que ya lo acaba de decir el editor Chus Visor: la poesía femenina no está a la altura de la masculina; por una poeta buena hay cinco poetas buenos (más, por cierto, de las que Visor selecciona para publicar en su propia editorial, donde la ratio es 1/10, como recordaba Ernesto Castro).
Aquí va a haber que empezar a hacer audiciones ciegas como en la Orquesta Sinfónica de Boston, donde todos los músicos eran hombres hasta que decidieron seleccionar profesionales sin ver sus cuerpos, desde el otro lado de un biombo. Y entonces, empezaron a entrar mujeres, y bastantes. Pero hubo que hacer las audiciones con los aspirantes descalzos, porque hasta el ruido del calzado al entrar en la sala era una herramienta que servía para preferir a los varones. Algunos no querrán descalzarse, claro. Cuidao, a ver si algún machote se va a quedar fuera.